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ETHOS: TRABAJO EN LA SOCIEDAD



Desde Hammurabi hasta los clásicos griegos que ponderan la “polis” como lugar y escenario de la realización máxima del individuo. Las normas y los códigos de convivencia han sido uno de los referentes obligados para todas las culturas y cada cultura por su parte fue confeccionando su éthos (costumbre y carácter) que después se convirtió en el marco moral que hasta ahora tomamos como referencia para la formación de nuestra conciencia. Nuestro marco normativo; es decir, nuestro ethos, es la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

No hay un ethos particular, eso sería lo moral, por eso las inmoralidades. Las morales particulares se imponen, son de grupos concretos o de personas que quieren hacer ver a todos, una visión privada de los acontecimientos. La forma de ver la vida del Presidente, del Gobernador, del Alcalde, del empresario…, es justo eso, una moral particular. Misma que bajo ningún motivo puede imponerse a los demás; cuando esto ha ocurrido las tragedias son mayúsculas.

La dimensión prescriptiva de la moral comporta, por tanto, el peligro de confundirla con otros ámbitos normativos de la realidad (el derecho, la religión o las costumbres) con los que guarda relaciones y semejanzas, pero de los que, en cualquier caso, es necesario distinguirla. Justamente, esto es lo que ha pasado en últimos tiempos. Por eso, insisto, no puede ser la moral del PAN, del PRI, del PRD, de la Iglesia Católica o de cualquier otra denominación por fuerte y empoderada que sea, la que impere en una sociedad. La ética se conforma a partir del consenso que todos hacemos con respecto de algo. Lo demás es lo de menos.

Nadie puede imponer a nadie una forma de pensar, de ser o de creer. La forma como nos comportamos no puede ser universalizable a menos que la situación tenga que ver con la justicia. Para quedar claro, nuestra palabra no es la última norma de moralidad subjetiva, no es absoluta y no lo puede ser bajo ningún aspecto. La diferencia ésta en que la éticaes la reflexión racional justo acerca de la moral. Es un saber práctico, argumentativo, mediato respecto de la realidad. En su carácter racional (lo racional es el fundamento y/o el instrumento para remitirse a otros sistemas) aspira a la universalidad o, cuando menos, a la intersubjetividad compartible y contrastable.

Esto es, nadie puede decir “soy inocente” por el simple hecho de decirlo, o bien pedir perdón simplemente por pedirlo. Las actitudes deben de contrastarse con los códigos establecidos. En este tiempo ese ha sido el gran problema: uno, el doble discurso; dos, encontrarnos con una sociedad que no reflexiona de forma racional sobre las situaciones o eventos que vivimos personal y socialmente.

Dicho de otra manera, mientras la argumentación moral adolece de insuficiencias y limitaciones significativas (remite a sistemas particulares, a creencias no compartidas, a referencias privadas, a motivos pero no a razones, a razones insuficientes…), la argumentación ética aspira a justificar lo moral mediante el principio de razón suficiente (establecimiento sistemático de cuantas determinaciones sean necesarias para asentar la coherencia del ámbito práctico. En este caso se contrastan las acciones con las normas.

De cara al debate y a la argumentación ética, es importante estar siempre atento a la posibilidad de cometer errores habituales. Igualar la consistencia de un sistema moral vigente con otro éticamente contrastado; confundir la legalidad con lo moralmente correcto; remitir a la propia creencia en lo Absoluto como única fundamentación adecuada; sustituir lo correcto por lo sociológicamente prevalente; considerar que hay una y única respuesta correcta a un problema moral… sin olvidar diversas falacias (naturalista, de la composición…) denunciadas por la teoría ética.

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